Thursday, July 28, 2011

Ya no sé quién soy

Ollanta Humala y el dilema de la representación política

No se puede contentar a todos. A veces ni siquiera a los que más se quiere. En medio de agendas apretadas, los momentos de reflexión del Presidente Humala en la última semana debieron ser eternos. ¿Cómo formar un gabinete –en realidad un gobierno-- que no solo garantice estabilidad política sino que a la vez represente las expectativas de los que votaron por “la gran transformación”? ¿A qué elector deberá representar Humala? ¿Al radical anti-sistema que puso sus esperanzas en él desde la primera vez que escuchó su nombre en los lejanos tiempos de Locumbas y Antauros? ¿O al cool ciudadano global, fiel creyente de las cifras macroeconómicas y de las inauguraciones de centros comerciales, que transitó de PPkausa a humalo-toledista con la rapidez que se nombra a un ex viceministro de hacienda como nuevo titular del MEF?

El reto de la representación política va más allá de cambiarse de polo blanco a polo rojo (o viceversa). Las estrategias de campaña electoral terminaron y el nombramiento del gabinete es el primer paso para fijar el rumbo de los próximos cinco años. Es decir, definir el modelo de gobierno por el cual se toma partido. Los “sancochados” solo duran el verano electoral; para gobernar se requiere un norte definido. García Pérez lo hizo a su modo: optó por gobernar al país integrado, y dejó que los excluidos crecieran. El chorreo económico es, a estas alturas, secundario ante el chorreo político, del cual ni una gota. Humala no puede volver a cometer dicha omisión, porque por más economista liberal que sume, no puede zafarse de la responsabilidad de representar al mal llamado “perro del hortelano”.

Veamos la división del trabajo: liberalismo en lo económico, progresismo en lo social, nacionalismo en sectores estratégicos. La articulación no solo depende de la muñeca de Lerner, sino de la coherencia del proyecto político. Y me parece que la búsqueda de esa identidad recae en desatar el nudo del crecimiento económico (pero) con redistribución. La idea del Ministerio de la Inclusión Social es clave para poner en una misma mesa, de igual a igual, los más austeros cajeros del MEF con los especialistas de los programas sociales. Mientras tanto, Castilla y García Naranjo deberían verse más seguido. La identidad política no se construye con coaliciones de última hora, sino con la construcción de un soporte social. No basta en confiar en las aprobaciones presidenciales de las encuestas, sino en los ciudadanos que crean en el gobierno, en el sistema, en la democracia.

La crisis de la representación política se resuelve con mejorar el desempeño estatal. Olvidemos que la ecuación se reduce a carreteras, postas médicas y cemento con asfalto. Eso fueron los noventas. El reclamo por más Estado es, hasta cierto punto, más abstracto ahora. No solo reconocimiento político, sino también seguridad (tanto ciudadana como jurídica). No es solo más policías, sino el reclamo de que las leyes den tanta seguridad al empresario minero como al dueño de una chacra. La identidad que busque el nuevo gobierno la va a encontrar en la forma como devuelva la confianza a los que votaron por él, ya sea a los que lo hicieron con fe o con resignación.

Publicado en Correo Semanal, 28 de Julio del 2011.

Thursday, July 21, 2011

El modelo Markarián

Humala y cómo moderarse sin morir en el intento.

Se ganan las elecciones con la izquierda, pero se gobierna con la derecha. Humala parece que seguirá el guión para beneplácito de los PPkausas y decepción de los “perros del hortelano”. El giro hacia la moderación en su campaña fue la sencilla receta del creativo Luis Favre y compañía: repetir la lección de Lula sin pasar por los obstáculos de tener que rendir cuentas a un partido. Mientras que el aggiornamiento del ex presidente brasileño costó cuatro elecciones e interminables negociaciones con el PT, el de Humala duró lo que duran dos cubos de hielo en un whisky on the rocks.

Aparentemente, Humala tendría los incentivos suficientes para continuar con la opción de la moderación. En primer lugar, alterar el modelo de crecimiento significativamente tiene altos costos. Más de dos décadas de neoliberalismo han puesto al país en un camino de difícil retorno. La dinámica económica, los intereses creados, los actores con poderes de veto y hasta la tecnocracia del MEF y anexos meten suficiente miedo para un recién llegado. No es lo mismo pararse frente a un pelotón verde-oliva en Locumba que ante los bad boys de las finanzas locales. En segundo lugar, la vueltita que se dio por el vecindario le puede haber proporcionado elementos que le confirmen cuál es el ejemplo a seguir: si el modelo chavista radical o el progresismo responsable brasileño. Y no es sólo una cuestión de indicadores (como los desastrosos números de la inflación venezolana), sino también de las condiciones que se requieren para plantear una alternativa refundacional. Humala no solo no tiene partido; tampoco un movimiento social detrás que respalde en las calles grandes transformaciones (como el MAS en Bolivia).

Sin embargo, el camino hacia la moderación, si bien es sensato para la estabilidad de macro cifras, representa un riesgo para la gobernabilidad social y política. En lo social, Humala tendrá que cumplir, de algún modo, con las exigencias del avasallador voto anti sistema que logró capitalizar. Una salida rápida podría ser apelar a un neo-clientelismo etnocacerista, es decir podría recurrir a transferencias de efectivo a cambio de “amor a la patria”. Pero si el candidato del cambio no logra satisfacer algunas de las demandas radicales, desde Bagua hasta Puno, y representar así a ese sector de la población; ahí ya solo nos queda Aduviri. Con respecto al plano político, lo que tenemos es una coalición que llega al poder basada en una agenda refundacional. No hay que descartar que dentro de la bancada nacionalista se promueva una reforma constitucional, que entrará en contradicciones con la tecnocracia de última hora. Las voces discordantes ya empiezan a surgir desde adentro. Diez Canseco ya tiró la primera piedra con la confirmación de Julio Velarde en el BCR ad portas de la designación del gabinete. ¿Es posible moderarse sin decepcionar a la hinchada?

Ahora lo que toca es ver la mano del técnico, y tratar de aprender de quien ha logrado despertar las ilusiones en la gente alejada de los partidos (de fútbol). El modelo Markarián podría funcionar: el Mago tiene un discurso populista (se dirige al “pueblo deportivo”), pero gobierna a sus hombres con el pragmatismo de los moderados. No le gustan los rótulos, ya lo dijo, y se las arregla con lo que tiene. No quisiera ser defensivo, austero; pero es lo que hay. Maneja las expectativas de la gente: no endulza (a lo Maturana), pero da esperanzas. Es consciente que la comunicación importa, tanto para sus jugadores, como para las tribunas. No es el “mudo” Reynoso. No se pelea con la prensa (Del Solar), porque sabe que no puede darse el lujo de cometer “errores comunicacionales”. Hacia el interior, ha logrado una equilibrada coalición entre estrellas europeas y jugadores locales de equipos de segundo orden. Una pared entre Guerrero y Chiroque aparece tan natural que no parecería que uno juega en el Hamburgo y otro en el Juan Aurich; que uno es como Velarde y el otro Aduviri. Para él, el nacionalismo no es revancha, sino orgullo. Así gana Perú. ¿Así podrá jugar Humala?

Publicado en Correo Semanal, 21 de Julio del 2011.

Thursday, July 14, 2011

Ser verdugo es algo relativo

Cuando la oposición debuta como oficialismo.

Tener en el poder a gente alejada por años de la gestión pública no solamente implica problemas concretos de eficiencia, sino también nos ilustra de cómo nuestra política es la misma aunque cambien los inquilinos de turno de las oficinas gubernamentales. El replanteamiento de los roles entre (nuevos) oficialistas y opositores es un ejemplo que cómo ser víctima y verdugo es algo relativo.

Conceptualmente, las metas del oficialismo consisten en garantizar una administración eficiente y transparente, con un equipo profesional que inspire confianza y que sostenga una relación de representación política. Los objetivos de la oposición son distintos: alcanzar el equilibrio de poderes a través de la fiscalización y del control a los gobernantes, es decir respirarles en la nuca a una gestión casi siempre sospechosa (por default) de ineficiente y corrupta. Acostumbrados a ver a los actores políticos encasillados en los mismos roles, estamos ante el estreno de un montaje inédito con los papeles intercambiados.

La ex oposición de izquierda, ante la ausencia de partidos, encontró en las ONG su espacio de aprendizaje. Sin acceso al poder, con experiencias ediles aisladas en el interior, acumuló experiencia en proyectos de desarrollo de corto alcance, en los que los interlocutores son dóciles actores de la “sociedad civil”. Es decir, una intervención en burbujas experimentales. Small is beautiful. Por eso la Municipalidad de Lima queda grande. El problema no es que Villarán y su collera no trabajen, sino que lo hacen mal porque no saben cómo hacerlo. Su sistema operativo es distinto, lo cual es en sí un problema de capacidad de gestión. La inexperiencia en el real politik les pasa la factura.

Villarán responde a las críticas al igual que lo han hecho sus rivales políticos: la culpa es de una campaña mediática en contra y los errores son comunicacionales (sic). ¿O es que acaso Luis Castañeda no catalogaba a las necesarias investigaciones sobre el caso Comunicore también como una campaña para alejarlo de sus aspiraciones presidenciales? Otro ejemplo: cambie Usted “cargamontón mediático” por “perro del hortelano” y es Alan García hablando de porqué no percibimos que el Perú Avanza. Mientras la derecha se queja de los “ponchos rojos” o los bloqueadores de carreteras, Villarán y sus escuderos interpretan el pedido de revocatoria como una maniobra política. A fin de cuentas, los dos apelan a un mismo tipo de enemigo para zafarle cuerpo a la responsabilidad propia: chavistas o senderistas new age; o fachos irresponsables o solidarios revanchistas. La victimización del gobernante y el vacío en la autocrítica parecen ser una constante en nuestros dirigentes, en cualquier extremo del espectro ideológico que se ubiquen.

A nivel del gobierno central tendremos que adaptarnos a lo inimaginable. La justificación del implacable Javier Diez Canseco del evidente negociado de Alexis Humala con las empresas gasíferas y pesqueras rusas como una “iniciativa de multilateralismo” dice mucho de su coherencia fiscalizadora. Lo que es a todas luces un negociado aprovechando el caos de un gobierno que a 15 días de su asumir el cargo no ha asignado responsabilidades básicas, termina interpretándose con una tolerancia irreconocible que ya hubiesen querido tener cualquier apristas o fujimorista cuando era investigado por el inacabable ex dirigente del PUM. Los debutantes en el poder sufren los costos de su inexperiencia: tanto tiempo en varias ONGs y en tareas de fiscalización pueden servir de poco cuando se trata de gobernar en serio.

Publicado en Correo Semanal, 14 de Julio del 2011