Monday, April 30, 2012

Mad Men



Su sola evocación provoca a muchos, rechazo. Son capaces de generar odios, aborrecimientos o, al menos, antipatías. Sus nombres están estigmatizados por un reciente pasado oscuro, el cual es “preferible olvidar”. Pueden ser sinónimo de autoritarismo, corrupción y violaciones a los derechos humanos. Constituyen una estirpe política nefasta para la consolidación de la democracia. Sin embargo, son una quinta parte del electorado peruano y aparentan una firme cohesión. Son los “Mad Men” de nuestra fauna política.

El 5 de abril de 1992 inició un periodo caracterizado por la legitimación de la “mano dura”, del despotismo y la arbitrariedad en base a una política de resultados. Ese día se firmó la partida de nacimiento del pragmatismo abusivo y oportunista que tantos buscan imitar sin suerte. Este estilo de política utilitaria no tendría éxito entre nosotros sino fuera por los seguidores que ha cultivado. El “auto-golpe” también dio a luz a los fujimoristas de a pie, una suerte de Mad Men criollos  de voto vergonzante que resultan incomprensibles e insanos para el razonamiento “caviar” de nuestros guardianes de la corrección política.

Los analistas sostienen la existencia de una identidad política fujimorista cohesionada, pero no abundan esfuerzos para medir su real magnitud (los resultados electorales son muy coyunturales); mientras que su intelectual comprometido favorito prefiere quedarse con la imagen de la cúpula y no escarbar en las bases sociales fujimoristas para evitar una realidad que atenta contra sus deseos. Solo se conoce el estudio cualitativo de Adriana Urrutia que constituye la primera aproximación sistemática al mundo naranja.

El fujimorismo duro está más cerca del 7% que votó por Martha Chávez el 2006, que del 23% de la primera vuelta del 2011. De acuerdo con una encuesta del IOP-PUCP, un 11%, en promedio, votaría definitivamente por un fujimorista tanto al Congreso como a la alcaldía provincial y al gobierno regional. Siguiendo este tipo de medición, el fujimorismo “vergonzante” (aquél que vota naranja y esconde la mano) se encuentra en un 24%. La suma sería lo que Keiko Fujimori calcula como sostén de la institucionalización de su fuerza política en un nuevo y definitivo partido.

Existe igualmente un anti-fujimorismo militante. Un 40% del electorado nunca votaría por un fujimorista a ningún puesto de elección popular. Consistentemente, interpelados sobre la opinión de los seguidores del fujimorismo, un 32% cree que las bases fujimoristas solo buscan su beneficio personal, mientras que el 7% los considera fanáticos e intolerantes.

El ciudadano fujimorista tiene una imagen más positiva que el propio “ciudadano” Fujimori. El 17% sostiene que los fujimoristas son “buenos peruanos que buscan lo mejor para el país”, mientras que un 12% los considera “equivocados políticamente, pero bien intencionados”. Otro 17% carga las culpas a sus elites: los consideran “bien intencionados, pero manipulados por sus dirigentes”.

A pesar del desprestigio que los cubre, comprender las razones de los seguidores de Fujimori implica ante todo superar el simplismo que divide la política entre los “sanos y sagrados” demócratas y los “Mad Men” que seguirán votando por quien destruyó nuestras instituciones.

Publicado en El Comercio, el 10 de Abril del 2012.

El soldado Presidente



Todos nos llenamos la boca con el sambenito de “no hay Estado” pero pocos con capacidad de decisión saben exactamente lo qué significa. El soldado Ollanta Humala es uno de esos cuantos privilegiados que conoció ese Perú perdido en las comisuras de los mapas. “El Ejército llega a un sitio a defender el Estado de derecho, pero en este caso no había Estado”. Humala sabe lo que implica “ser Estado” ahí donde no existe: “El oficial tenía que hacer las veces de juez, de fiscal, de padre, de cura, de hermano…eso no estaba escrito en ningún manual”.

En el libro de entrevistas “Ollanta Humala. De Locumba a Candidato a la Presidencia de Perú” (Ocean Sur, 2009), el actual Presidente reflexiona sobre el detalle de su experiencia como oficial que combatió en zonas de lucha anti-subversiva, ahí donde como capitán se convertía en “el Estado”: “El Estado estuvo ausente en las zonas de emergencia y su único instrumento eran las fuerzas del orden, representadas por subtenientes y tenientes bisoños, en el mejor de los casos por capitanes”.

Humala ahora es el Jefe de un Estado que –como él sabe-- no existe. “La población –nota: no dice la “ciudadanía”—percibe la ausencia del Estado cuando no hay nadie que norme la vida comunal”. No es casual que en la ceremonia oficial de liberación de los rehenes, Humala sacara del closet su uniforme castrense. Es la forma cómo reconoce el abandono y la tragedia de las zonas donde subsiste Sendero y gobierna el narcotráfico, es la manera cómo sabe “vestirse de Estado”.

Sin embargo, su experiencia anti-subversiva no parece ser suficiente guía para terminar de una vez con Sendero Luminoso: “(Los senderistas) tenían una fuerza combatiente de años en la zona, con personal curtido en el conocimiento del terreno, nuestra gente no”. Pero más importante aún es que se trata de una organización clandestina que “ejerce el control poblacional, pero no el territorial”, que hasta ahora se sigue mimetizando en las sociedades donde opera. ¿Cómo así las columnas terroristas desaparecieron entre las comunidades luego del secuestro de Techint? ¿Cómo así a pesar del “cerco militar” la Operación Libertad sigue sin terminar?

El hecho que los principales recursos del Sendero reloaded provengan del narcotráfico no los “farcariza” como el análisis simplista pretende encasillar. Hay elementos que se mantienen: el trabajo “político” en las comunidades aledañas a su intervención militar, la presencia de sus operadores políticos camuflados entre la gente, la intimidación a la ciudadanía para evitar “soplones”.

Las políticas del gobierno se concentran en el plano bélico, con un excesivo triunfalismo que ahora se convierte en costo político. Al optimismo económico de García, le ha seguido el optimismo anti-subversivo de Humala --post-caída de Artemio-- cuando el país aún no resuelve completamente los problemas estructurales de siempre. La tarea parece quedarle grande a un soldado Presidente cuando subsisten “otros” Senderos –MOVADEF, la prédica de los radicalismos en las universidades, los discursos anti-sistémicos en movilizaciones sociales—que una estrategia militar lamentablemente mira por encima del hombro.

Publicado en El Comercio, el 17 de Abril del 2012.

Thursday, April 5, 2012

Veinte años no son nada


Veinte años no son nada sino sacamos las lecciones correctas del 5 de abril de 1992. El denominado “auto-golpe” de Alberto Fujimori es leído convenientemente desde la vereda que se tome. Su interpretación auténtica es materia de pugna política entre fujimoristas y anti-fujimoristas, es la esencia de la división política más importante del Perú contemporáneo.

Conocemos de paporreta el cuentazo según los naranjas y la derecha gris: no hubiéramos salido de la hiperinflación ni de la violencia terrorista sin el cierre de un Congreso elegido democráticamente. Aunque se ha demostrado largamente que las severas medidas de ajuste pueden aplicarse con éxito bajo regímenes competitivos, y que la lucha antisubversiva llevada adelante por un gobierno autoritario genera perversas consecuencias para las instituciones democráticas, se insiste con contumacia en la santidad de la “mano dura” para llevarnos por el camino “correcto”.

La Historia se puede tergiversar de esta manera porque –insisto—el fujimorismo va ganando la batalla por la memoria –sí, esa que los progresistas vociferan en talleres, seminarios y demás ejercicios intelectualoides. En primer lugar, los anti-fujimoristas se olvidan que el “doble disolver” fue popular en su momento (el 71% de limeños aprobó la disolución del Congreso; el 60% creía que Fujimori no violaba la Constitución), pero, en segundo lugar, quieren pasar por alto que el fujimorismo no haya apelado –como sugieren—al olvido que todo destruye; sino han producido con éxito su propia ideología y su reconstrucción de los sucesos. Hoy un 37% de encuestados a nivel nacional, aprobaría el autogolpe de volver a 1992. No puede interpretarse el 5 de abril como un “fracaso” del fujimorismo, si todavía la mitad de los peruanos aprobaría la disolución del Congreso en caso de crisis económica o en caso de entrampamiento entre Ejecutivo y Legislativo (Fuente: Ipsos-Apoyo)

El Perú actual es más personalista y menos institucionalizado (y la derecha es menos liberal) por causa del 5 abril. Fujimori demostró que es un soplo la democracia, que se disuelve en el aire gracias a la complicidad de unas elites demasiado economicistas como para estar a la altura de la autoridad moral. Mientras los que aducen tenerla practican en realidad la doble moral: aplaudir de pie a Álvaro Uribe es también aplaudir un poco a Alberto Fujimori y a las violaciones a los derechos humanos.

La ofensiva judicial, aunque estancada, ha ido por buen camino al demostrar que el autócrata que huye tarde o temprano detiene su andar, ya sea en la Diroes o en la Base Naval. El burlón mirar de los fujimoristas que pasaron a la segunda vuelta el año pasado, no debe observarse con indiferencia porque supone –queramos o no— la victoria política de los que llevaron a nuestra democracia al borde del colapso y la destrucción. Si no logramos comprender a cabalidad los funestos legados del autoritarismo fujimorista, es muy probable que, efectivamente, veinte años no sean nada, que nos volvamos a enfrentar con nuestro encadenado pasado, y solo nos quede volver con la frente marchita.

Publicado en El Comercio, 3 de Abril del 2012.

Monday, April 2, 2012

El pragmatismo de los ignorantes


Hay dos tipos de pragmáticos: aquél que conoce todas las alternativas posibles al momento de tomar una decisión, la cual asume suspendiendo criterios ideológicos, coherencias programáticas o intereses partidarios, y calculando los resultados políticos de dicha acción. El otro es un pragmático por default. Aquél que no sabe qué hacer, que no prevé, que habita entre la luna de Paita y el sol de Piura, que solo atina a apretar el botón del piloto automático con más fe que ciencia.

El pragmático por default calla. La mudez es la mejor aliada de la ignorancia, es el reflejo primario de quien no quiere meter la pata ni en los “asuntos menores” ni en las fregatas diplomáticas. Sus ayayeros aplauden y elevan su callada manera a la altura de una gesta política. Castañeda Lossio se convierte así en un precursor; Humala, un héroe del silencio.

Este tipo de animal “anti-político” de nuestros tiempos rechaza las ideologías, cualquiera que éstas sean. Las doctrinas políticas –las de nuestro agrado o las que nos producen urticarias—proveen panorama, visión a largo plazo, coherencia en las políticas. Las ideologías en sí no son nocivas, no contaminan los ríos cajamarquinos–como diría el Presidente. Por el contrario, diseñan el norte. Pero a estas alturas va quedando claro que sea quizás el agua de Palacio la que esté infectada de analfabetismo político. El desprecio por las ideologías es finalmente un homenaje a la ignorancia.

El pragmático improvisado está rodeado de escuderos que defienden sus mezquinos intereses y de ambiciosos con la vista bien gorda. Gobernar se convierte en una frivolidad para satisfacer la autoestima (saludamos, sí, que lo único “azul” en el oficialismo sea el hermano príncipe), para deshojar margaritas electorales, para engordar mesianismos cobrizos.

El nacionalismo se ha convertido en el sueño de un “guerrero” y de su Mariscala. Humala libera a la Primera Dama de responsabilidades políticas, pero no le prohíbe tomar decisiones que van más allá de su despacho. ¿O es que, por ejemplo, hacer de filtro para el nombramiento de ministros no implica co-gobernar? ¿O es acaso solo un lapsus que el Presidente de la PCM declare que tiene el aval de la “pareja presidencial” para mantener su cargo? La informalidad en la cúspide del poder siempre nos va a traer malos recuerdos.

Toledo era pragmático por ociosidad; García por convicción. Humala lo es por desorientación. El riesgo es que convierta al Perú y a sus “treinta millones de hermanos” en una colonia del Imperio de su desconcierto. Efectivamente, los problemas estructurales del país no los ha causado él, pero sí puede evitar reproducirlos. Ello implica un liderazgo que trascienda las palabras vacías de futbolista debutante. Humala promete “tranquilidad, estabilidad, seguridad”, y anuncia como gran descubrimiento que su política contra los conflictos sociales es el “diálogo”. Primicia.

El cuento del pragmatismo ha producido dramas cotidianos desde Ilave, Bagua y Conga, y es insostenible sino se delinea un proyecto país a largo plazo. El primer paso es censurar el “pragmatismo” de nuestro diccionario político.

Publicado en El Comercio, el 27 de Marzo del 2012.